POR: Eduardo Persico
“El lenguaje articulado se fue desarrollando en el hombre según se viera obligado en aproximar ideas con sus semejantes. Eso que comenzara con onomatopeyas imitativas de la naturaleza, constituyeron el sustrato del lenguaje; y mucho más acá en el tiempo, cuando por el años 1492 llegaron los navegantes descubridores de América para la cultura europea, los que habitaban estas playas no difundieron la noticia con movimientos corporales o señales de humo: lo expresaron con sus palabras que consolidadas por la reiteración, transmitían ideas y conceptos. Tal vez primarios, pero de choza a choza y de un margen al otro de los ríos, los naturales de por aquí nombraron la aparición de los navíos extraños usando algún mecanismo de lenguaje apropiado para reducir cualquier pensamiento a su manera más sencilla. Luego, la adopción del castellano por nuestras latitudes pertenece a una constante histórica, en cuanto quien sostiene el poderío técnico y económico siempre asume imponer su propia cultura adonde llega, que paulatinamente irá modificando las particularidades de cada pueblo. Entonces por ahí se nos ocurre que una comarca como la nuestra, que no puede orientar la técnica ni la economía del planeta, quizá logre identificarse practicando alguna gimnasia del ocio y acaso, una buena manera de ejercitar la identidad de los argentinos exista en el lunfardo, un código para comunicarse entre dos sin que se entere un tercero”.
Estos renglones que expuse en la Biblioteca Nacional de Madrid a propósito de un encuentro sobre el idioma castellano, en 1987, bien pudieron sumarse al “pesquisar el ser nacional de los argentinos”, ese territorio donde ambiguamente se entreveran serios estudiosos del habla coloquial con furtivos cazadores que sin compromiso ni rigor, disparan cada tanto algún escopetazo y si aciertan, mejor así. Es bien sabido que en el ámbito de las expresiones populares abundan apresurados en nombrar y calificar todo, temerarios de los que alguna vez se encargara Nicolás Olivari, (La Musa de la Mala Pata) que al ser preguntado si hablaba lunfardo – según escribiera Jorge Calvetti- contestó “vea, yo nací en Villa Luro en el año 1900, cuando aquello era un suburbio. Frecuenté el trato de obreros, ex presidiarios, las prostitutas y atorrantes que eran mis vecinos, y no he tenido tiempo de aprender eso”. Esta misma definición de Olivari también es atribuída a Roberto Arlt, (Los Siete Locos, Los Lanzallamas, El Amor Brujo), y por ser ambos dos escritores fundacionales de la literatura de Buenos Aires, la autoría nos atrae menos que la aguda respuesta.
Es innegable que el lunfardo empezó siendo una lengua "de la gente de mal vivir"; por dar una definición facilonga, y que al ir perdiendo su secreto delictual se convirtió en un guiño de comprensión popular más allá de sus primeros cultores, pero nadie discute que este léxico sintético ha sido, esencialmente, un medio entre pocos para despistar a otros. “El argot constituye un habla rápida, espontánea que brota de una manera natural... en vocablos y expresiones que acuden fácil y prestamente a la lengua”, dice Mario E.Teruggi en Panorama del Lunfardo, Sudamericana, 1979. Y bien vale comentar que durante los años de 1970, cuando recrudeció la irresuelta y feroz interna de los argentinos, en los distintos grupos actuantes se abrían y cerraban efímeras contraseñas ajenas a quien no participara de verdad. Humberto Costantini, el escritor que recreara el lenguaje coloquial de Buenos Aires en su libro En la Noche, escrito durante su exilio en México, supo ver que entre perseguidos y perseguidores existían tantos lenguajes como grupos; y bien vale decir “un código entre dos”. Esto, anecdótico, bien podría extenderse a la variedad de profesiones y actividades con jergalismos propios, aunque respetemos expresamente que el habla de un pueblo es un sistema artificial de signos que se diferencia de otros sistemas de la misma especie, y cada lengua tiene su teoría particular, su gramática y principios que hacen a un idioma. Eso que significa peculiaridad, naturaleza propia, índole característica, donde cada lengua tiene su fisonomía y sus propios giros que no impiden las particularidades dentro de cada una. Hasta aquí todo bien, pero sin caer en purismos, idolatrías ni supersticiones con nuestra “lengua madre”, sabemos que lunfardías aparte, en la Argentina hablamos castellano y según su gramática nos entendemos con el mundo.
FUENTE: http://www.elortiba.org/persico4.html
“El lenguaje articulado se fue desarrollando en el hombre según se viera obligado en aproximar ideas con sus semejantes. Eso que comenzara con onomatopeyas imitativas de la naturaleza, constituyeron el sustrato del lenguaje; y mucho más acá en el tiempo, cuando por el años 1492 llegaron los navegantes descubridores de América para la cultura europea, los que habitaban estas playas no difundieron la noticia con movimientos corporales o señales de humo: lo expresaron con sus palabras que consolidadas por la reiteración, transmitían ideas y conceptos. Tal vez primarios, pero de choza a choza y de un margen al otro de los ríos, los naturales de por aquí nombraron la aparición de los navíos extraños usando algún mecanismo de lenguaje apropiado para reducir cualquier pensamiento a su manera más sencilla. Luego, la adopción del castellano por nuestras latitudes pertenece a una constante histórica, en cuanto quien sostiene el poderío técnico y económico siempre asume imponer su propia cultura adonde llega, que paulatinamente irá modificando las particularidades de cada pueblo. Entonces por ahí se nos ocurre que una comarca como la nuestra, que no puede orientar la técnica ni la economía del planeta, quizá logre identificarse practicando alguna gimnasia del ocio y acaso, una buena manera de ejercitar la identidad de los argentinos exista en el lunfardo, un código para comunicarse entre dos sin que se entere un tercero”.
Estos renglones que expuse en la Biblioteca Nacional de Madrid a propósito de un encuentro sobre el idioma castellano, en 1987, bien pudieron sumarse al “pesquisar el ser nacional de los argentinos”, ese territorio donde ambiguamente se entreveran serios estudiosos del habla coloquial con furtivos cazadores que sin compromiso ni rigor, disparan cada tanto algún escopetazo y si aciertan, mejor así. Es bien sabido que en el ámbito de las expresiones populares abundan apresurados en nombrar y calificar todo, temerarios de los que alguna vez se encargara Nicolás Olivari, (La Musa de la Mala Pata) que al ser preguntado si hablaba lunfardo – según escribiera Jorge Calvetti- contestó “vea, yo nací en Villa Luro en el año 1900, cuando aquello era un suburbio. Frecuenté el trato de obreros, ex presidiarios, las prostitutas y atorrantes que eran mis vecinos, y no he tenido tiempo de aprender eso”. Esta misma definición de Olivari también es atribuída a Roberto Arlt, (Los Siete Locos, Los Lanzallamas, El Amor Brujo), y por ser ambos dos escritores fundacionales de la literatura de Buenos Aires, la autoría nos atrae menos que la aguda respuesta.
Es innegable que el lunfardo empezó siendo una lengua "de la gente de mal vivir"; por dar una definición facilonga, y que al ir perdiendo su secreto delictual se convirtió en un guiño de comprensión popular más allá de sus primeros cultores, pero nadie discute que este léxico sintético ha sido, esencialmente, un medio entre pocos para despistar a otros. “El argot constituye un habla rápida, espontánea que brota de una manera natural... en vocablos y expresiones que acuden fácil y prestamente a la lengua”, dice Mario E.Teruggi en Panorama del Lunfardo, Sudamericana, 1979. Y bien vale comentar que durante los años de 1970, cuando recrudeció la irresuelta y feroz interna de los argentinos, en los distintos grupos actuantes se abrían y cerraban efímeras contraseñas ajenas a quien no participara de verdad. Humberto Costantini, el escritor que recreara el lenguaje coloquial de Buenos Aires en su libro En la Noche, escrito durante su exilio en México, supo ver que entre perseguidos y perseguidores existían tantos lenguajes como grupos; y bien vale decir “un código entre dos”. Esto, anecdótico, bien podría extenderse a la variedad de profesiones y actividades con jergalismos propios, aunque respetemos expresamente que el habla de un pueblo es un sistema artificial de signos que se diferencia de otros sistemas de la misma especie, y cada lengua tiene su teoría particular, su gramática y principios que hacen a un idioma. Eso que significa peculiaridad, naturaleza propia, índole característica, donde cada lengua tiene su fisonomía y sus propios giros que no impiden las particularidades dentro de cada una. Hasta aquí todo bien, pero sin caer en purismos, idolatrías ni supersticiones con nuestra “lengua madre”, sabemos que lunfardías aparte, en la Argentina hablamos castellano y según su gramática nos entendemos con el mundo.
FUENTE: http://www.elortiba.org/persico4.html
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