Un sentimiento triste que se baila
El tango fue danza antes que nada. Creación espontanea del hombre y la mujer en el escenario prostibulario del arrabal de otros tiempos, Los músicos, casi todos intuitivos, tuvieron que adaptarse a esa nueva forma de bailar y, a su vez, crearon la música que alcanzá su redención después del triunfo en París.
El tango nació como danza. Como una forma distinta de bailar lo conocido hasta entonces: habaneras, mazurcas, chottis, milongas... Un producto popular propio del arrabal, el escenario donde al principio fue a devenir el gaucho convertido en compadre, y enseguida el compadrito y los negros libertos que ya encontraban espacio en la ciudad. El escenario facilitó el hallazgo. En el prostibulo era posible abrazar a la pareja, ceñirse a su cuerpo: rostro contra rostro, pecho contra pecho, vientre contra vientre, muslo contra muslo, pulso contra pulso. Horacio Ferrer ha creído ver en ese fugitivo instante en que se abrazan la pupila y el compadrito un soplo de divinidad.
"Macho y hembra -dijo- atados en nombre de la belleza, se elevan sin querer sobre su propia bazofia. Y ungidos artistas, intentan el purisimo ejercicio de la soledad entre dos. Bailan y bailan creando lo que nunca jamas ha bailado nadie". Se considera un bizantinismo sin sentido, totalmente irreal, pretender esquematizar una coreografía del tango y sus figuras. El tango de los comienzos fue, a su juicio, "la más desgarrada o improvisada y repentina creación coreográfica para una pareja que superará, a estos respectos, a las creaciones del barroco popular español o al alto alemán vals".
El bailarín le proponía a los músicos intuitivos de entonces, intérpretes generalmente de guitarra, flauta y violín, la intensidad del ritmo con una exhibición cambiante de figuras que iban creando sobre la marcha: el corte, la quebrada, la corrida, el ocho, la media luna... Ellos fueron los inventores de la danza.
La historia hablará de aquel tango orillero. Después vendrán el "canyengue" y el liso o de salón. Formas distintas de bailar " un sentimiento triste", según la acertada definición de Enrique Santos Discépolo.
El escritor norteamericano Waldo Frank se llevó la misma impresión cuando visitó el país y no dudó en reconocer que ésa era "la danza popular más profunda del mundo". Una sorpresa que compartió su compatriota, la bailarina Isadora Duncan: "Yo no había bailado nunca un tango, pero un mozo argentino que me servía de guía en Buenos Aires me obligó a intentarlo. A mis primeros pasos tímidos sentí que mis pulsaciones respondían al incitante ritmo lánguido de aquella danza voluptuosa, suave como una larga caricia, embriagadora como el amor bajo el sol del mediodía y peligrosa como la seducción de un bosque tropical".
A esta altura, el tango había dejado la clandestinidad de sus comienzos. El pecado original - lo espurio de su cuna- había sido perdonado por el Papa Pío X y el sello de calidad lo habían impuesto en París, en los salones más aristocráticos de la ciudad Luz, niños bien de la categoría de Vicente Madero, "Macoco" Alzaga Unzué o López Bouchardo. "Fue como bien dijo Ulyses Petit de Murat- el pueril orgullo nacionalista que traían los que habían asistido al triunfo del tango en París, el que abrió a esa danza de las orillas las puertas de las mansiones de la avenida Alvear, de Callao, de Santa Fe, de Florida y de la quinta de los Tornquist". Era el tango liso - con luz entre los bailarines- que alcanzó una tremenda difusión en salones, cabarets y después en los clubes de barrio hasta convertirse en la danza más popular hasta muy entrada la década de los años cincuenta.
CONTINUARÁ.
El tango fue danza antes que nada. Creación espontanea del hombre y la mujer en el escenario prostibulario del arrabal de otros tiempos, Los músicos, casi todos intuitivos, tuvieron que adaptarse a esa nueva forma de bailar y, a su vez, crearon la música que alcanzá su redención después del triunfo en París.
El tango nació como danza. Como una forma distinta de bailar lo conocido hasta entonces: habaneras, mazurcas, chottis, milongas... Un producto popular propio del arrabal, el escenario donde al principio fue a devenir el gaucho convertido en compadre, y enseguida el compadrito y los negros libertos que ya encontraban espacio en la ciudad. El escenario facilitó el hallazgo. En el prostibulo era posible abrazar a la pareja, ceñirse a su cuerpo: rostro contra rostro, pecho contra pecho, vientre contra vientre, muslo contra muslo, pulso contra pulso. Horacio Ferrer ha creído ver en ese fugitivo instante en que se abrazan la pupila y el compadrito un soplo de divinidad.
"Macho y hembra -dijo- atados en nombre de la belleza, se elevan sin querer sobre su propia bazofia. Y ungidos artistas, intentan el purisimo ejercicio de la soledad entre dos. Bailan y bailan creando lo que nunca jamas ha bailado nadie". Se considera un bizantinismo sin sentido, totalmente irreal, pretender esquematizar una coreografía del tango y sus figuras. El tango de los comienzos fue, a su juicio, "la más desgarrada o improvisada y repentina creación coreográfica para una pareja que superará, a estos respectos, a las creaciones del barroco popular español o al alto alemán vals".
El bailarín le proponía a los músicos intuitivos de entonces, intérpretes generalmente de guitarra, flauta y violín, la intensidad del ritmo con una exhibición cambiante de figuras que iban creando sobre la marcha: el corte, la quebrada, la corrida, el ocho, la media luna... Ellos fueron los inventores de la danza.
La historia hablará de aquel tango orillero. Después vendrán el "canyengue" y el liso o de salón. Formas distintas de bailar " un sentimiento triste", según la acertada definición de Enrique Santos Discépolo.
El escritor norteamericano Waldo Frank se llevó la misma impresión cuando visitó el país y no dudó en reconocer que ésa era "la danza popular más profunda del mundo". Una sorpresa que compartió su compatriota, la bailarina Isadora Duncan: "Yo no había bailado nunca un tango, pero un mozo argentino que me servía de guía en Buenos Aires me obligó a intentarlo. A mis primeros pasos tímidos sentí que mis pulsaciones respondían al incitante ritmo lánguido de aquella danza voluptuosa, suave como una larga caricia, embriagadora como el amor bajo el sol del mediodía y peligrosa como la seducción de un bosque tropical".
A esta altura, el tango había dejado la clandestinidad de sus comienzos. El pecado original - lo espurio de su cuna- había sido perdonado por el Papa Pío X y el sello de calidad lo habían impuesto en París, en los salones más aristocráticos de la ciudad Luz, niños bien de la categoría de Vicente Madero, "Macoco" Alzaga Unzué o López Bouchardo. "Fue como bien dijo Ulyses Petit de Murat- el pueril orgullo nacionalista que traían los que habían asistido al triunfo del tango en París, el que abrió a esa danza de las orillas las puertas de las mansiones de la avenida Alvear, de Callao, de Santa Fe, de Florida y de la quinta de los Tornquist". Era el tango liso - con luz entre los bailarines- que alcanzó una tremenda difusión en salones, cabarets y después en los clubes de barrio hasta convertirse en la danza más popular hasta muy entrada la década de los años cincuenta.
CONTINUARÁ.
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