SOBRE EL TANGO
Antes de abocarme al tema para el que hemos sido convocados, quiero referirme brevemente al origen de la música para conocer de cuán lejos viene el ser humano ejerciendo y perfeccionando este arte maravilloso.
La música tiene su origen ancestral en la búsqueda de un lenguaje, de una expresión, de la necesidad que tuvo el ser humano de ampliar sus medios de comunicación y manifestar sus sentimientos, que no afloraban a través de las palabras.
Las teorías musicológicas formuladas, sobre todo a partir del último tercio del siglo XIX, han tenido que ampliar el marco cronológico, a la hora de determinar tanto la antigüedad del fenómeno musical en el hombre, como su capacidad para distinguir las diferentes estructuras tonales que acompañaban sus cantos monocordes. La facultad de proceder a la ordenación de los sonidos nos remontan a unos 40 mil años atrás, cuando el Homo Sapiens fue capaz de imitar el murmullo de la naturaleza, y diferenciarlo de lo que constituía la estructura de su lenguaje gutural.
Ese paso evolutivo formidable, fue dado con la aparición del llamado Homo Musicus, espécimen legendario en el que, quizás inconscientemente, comenzaron a perfilarse las primeras rudimentarias
manifestaciones de algo que intentaba expresar un sentimiento mediante algo diferente al vocerío, algo que pudieran asociar a un hecho colectivo, fueran estos rituales funerarios, cacerías, o ceremonias vinculadas a la fertilidad, en los que esos sonidos, atonales, se integraran con indispensable y necesaria habitualidad.-
Así es como transitando 40 mil años en la evolución del género humano, el hombre ha llegado a la época actual. Época donde la diversidad de ritmos y modos musicales, junto a la creación de instrumentos capaces de emitir sonidos programados, ha logrado crear belleza, solemnizar ceremonias, y acompañar celebraciones públicas o privadas. En fin, el descubrimiento y desarrollo del lenguaje musical ha permitido, en todas las épocas, expresar entrañables emociones.
Bien, en esas bases se fundamenta la aparición del tango, porque su manifestación, como ocurrió con el hombre ancestral, es consecuencia de la necesidad de expresar sus más profundos sentimientos. Dentro de ese requerimiento, el tango argentino nace en un contexto socio-económico concentrado y apiñado de gente que, por un lado, responde a una conformación poblacional integrada por una colosal masa de inmigrantes que venía de lejanos lugares allende los mares, y por el otro, de una importante migración interna resultante del paupérrimo estado en que se
encontraba el interior del país. Este exuberante ingreso de personas de distinta procedencia ocupaba los alrededores de la ciudad o la zona portuaria de Buenos Aires. En consecuencia, los barrios porteños, entonces y en consecuencia, crecían desordenada y vertiginosamente.
Y todo ese conglomerado de inmigrantes y nativos que saturaban un Buenos Aires desbordado de gente que hablaba distintos idiomas y tenía distintas costumbres, producía, sin ninguna duda, una debacle existencial enorme y cotidiana, a la que se agregaba la música y el canto que cada grupo traía desde su tierra de origen, y que se manifestaba como recuerdo, como añoranza, como melancolía.
Habaneras, milongas, música afro, etc. son formas autónomas, ensayos, alternativas que se iban sumando o descartando, junto a los ritmos criollos que traían los payadores que se instalaban en los arrabales porteños poblados de conventillos de alquiler, donde, además de vivir hacinados, en los patios realizaban sus bailes y cantos que luego trasladaban a las esquinas, a los cafetines, y a los piringundines, algunos llamados “academia, que, además de necesitar permiso de la autoridad competente para funcionar, contaban con mujeres contratadas para entretener a sus clientes.
Las llamadas “Academias” eran lugares de reunión bailable que formaban una especie de frontera, limítrofe entre el pobrerío y la otra sociedad: la de la paquetería, la adinerada, la de los que se solazaban con sus frecuentes viajes a París.
Esto fue así hasta que los jóvenes ricos: los llamados “niños bien”, a escondidas de sus padres o de sus mayores, comenzaron a concurrir a estos lugares para ellos prohibidos, soportando muchas veces la agresión de los lugareños del barrio, que los consideraban extraños, e invasores de su clase social.
Pero esta asistencia subrepticia, cada vez más numerosa, lentamente fue propiciando la unión de las clases altas con las populares, y por ende, favoreciendo el avance del tango en los salones de gran categoría, donde comenzaron a bailarlo aquellas y aquellos que antes lo despreciaban., lográndose el milagro de la fusión musical y espiritual que producía el tango, que, desde esa integración social, comenzó a difundirse en la ciudad, en el país, y en el mundo como un emblema de identidad cultural.
Con la difusión de una música popular dominante en el gusto de la población, como lo era el tango, Buenos Aires y el país, ingresaron a una sociedad de cultura de masas cada vez más importante. En ella, en esa cultura de masas, el tango fue un producto eficaz como agente de identificación, y como rasgo propio de una sociedad fusionada. Lo tenía todo para ello: un perfil criollo innegable, un origen mítico que hundía sus raíces en el pasado argentino, el aporte musical de España y de Italia, la participación fructífera, honrada y laboriosa de los inmigrantes, y sobre todo, la fusión de sus hijos, con un sentido de nacionalidad por todos comprendido.
El gran dilema de los pueblos, el argentino por ejemplo, que ha recibido el aporte de la diversidad étnica que trajeron consigo los inmigrantes, es que estos, los inmigrantes, pierden el arquetipo de su raza origen, y dejan sus raíces diluidas con las raíces nativas, en una magnífica síntesis biológica, que así se forma y va creciendo para integrar, a través del tiempo, un prototipo humano que genera nuevas pautas, que, en definitiva, son, entre otras, las que conforman un baile nuevo, una poesía nueva, y una nueva música que, en definitiva, son la expresión de una nueva vida y de todo cuanto conforma un nuevo rasgo cultural.
Y eso es lo que ha ocurrido con el tango: una síntesis cultural novedosa que como dice el Dr César Rezzónico, hace metafísica sin saberlo. ¡Sí!, hace metafísica. Hace metafísica cuando expresa, por ejemplo:
La huída del Tiempo en “Caminito”.
La añoranza del pasado en “Misa de Once”.
La juventud disipada en “Adiós Muchachos”
El desencanto frente a la vida en “Cambalache”.
Amigas y amigos del tango:
No quiero terminar esta síntesis sin antes homenajear a los músicos y letristas de hoy y de antaño. Ellos, formados en institutos musicales o en el instinto natural y callejero, han sido poetas y compositores inspirados, capaces de llevar al papel y al pentagrama, temas que transitan historias inolvidables.
También un recuerdo y una honra queremos brindar al tango pionero: aquel que le canta a la percanta, al gavión, a la ciudad, al barrio, a la Patria, al desengaño, a la madre, al amor. En resumen: al sentimiento que brota desde lo más profundo del alma.
Y vaya también un homenaje a las tangueras y tangueros, que bailan el tango con pasión; a quienes forman pequeños conjuntos para tocar nuestra música popular; a los grandes maestros que organizan las grandes orquestas que nos deleitan y nos prestigian en el mundo, difundiendo esta expresión de la cultura nacional que es el tango, y como también lo hace en nuestro medio Coca Di Massimo a través de su programa radial “El tango entre vos y yo”, para quien va también nuestro homenaje.
A todos ellos. Y a Ustedes, tangueros por vocación: ¡Gracias!
Antes de abocarme al tema para el que hemos sido convocados, quiero referirme brevemente al origen de la música para conocer de cuán lejos viene el ser humano ejerciendo y perfeccionando este arte maravilloso.
La música tiene su origen ancestral en la búsqueda de un lenguaje, de una expresión, de la necesidad que tuvo el ser humano de ampliar sus medios de comunicación y manifestar sus sentimientos, que no afloraban a través de las palabras.
Las teorías musicológicas formuladas, sobre todo a partir del último tercio del siglo XIX, han tenido que ampliar el marco cronológico, a la hora de determinar tanto la antigüedad del fenómeno musical en el hombre, como su capacidad para distinguir las diferentes estructuras tonales que acompañaban sus cantos monocordes. La facultad de proceder a la ordenación de los sonidos nos remontan a unos 40 mil años atrás, cuando el Homo Sapiens fue capaz de imitar el murmullo de la naturaleza, y diferenciarlo de lo que constituía la estructura de su lenguaje gutural.
Ese paso evolutivo formidable, fue dado con la aparición del llamado Homo Musicus, espécimen legendario en el que, quizás inconscientemente, comenzaron a perfilarse las primeras rudimentarias
manifestaciones de algo que intentaba expresar un sentimiento mediante algo diferente al vocerío, algo que pudieran asociar a un hecho colectivo, fueran estos rituales funerarios, cacerías, o ceremonias vinculadas a la fertilidad, en los que esos sonidos, atonales, se integraran con indispensable y necesaria habitualidad.-
Así es como transitando 40 mil años en la evolución del género humano, el hombre ha llegado a la época actual. Época donde la diversidad de ritmos y modos musicales, junto a la creación de instrumentos capaces de emitir sonidos programados, ha logrado crear belleza, solemnizar ceremonias, y acompañar celebraciones públicas o privadas. En fin, el descubrimiento y desarrollo del lenguaje musical ha permitido, en todas las épocas, expresar entrañables emociones.
Bien, en esas bases se fundamenta la aparición del tango, porque su manifestación, como ocurrió con el hombre ancestral, es consecuencia de la necesidad de expresar sus más profundos sentimientos. Dentro de ese requerimiento, el tango argentino nace en un contexto socio-económico concentrado y apiñado de gente que, por un lado, responde a una conformación poblacional integrada por una colosal masa de inmigrantes que venía de lejanos lugares allende los mares, y por el otro, de una importante migración interna resultante del paupérrimo estado en que se
encontraba el interior del país. Este exuberante ingreso de personas de distinta procedencia ocupaba los alrededores de la ciudad o la zona portuaria de Buenos Aires. En consecuencia, los barrios porteños, entonces y en consecuencia, crecían desordenada y vertiginosamente.
Y todo ese conglomerado de inmigrantes y nativos que saturaban un Buenos Aires desbordado de gente que hablaba distintos idiomas y tenía distintas costumbres, producía, sin ninguna duda, una debacle existencial enorme y cotidiana, a la que se agregaba la música y el canto que cada grupo traía desde su tierra de origen, y que se manifestaba como recuerdo, como añoranza, como melancolía.
Habaneras, milongas, música afro, etc. son formas autónomas, ensayos, alternativas que se iban sumando o descartando, junto a los ritmos criollos que traían los payadores que se instalaban en los arrabales porteños poblados de conventillos de alquiler, donde, además de vivir hacinados, en los patios realizaban sus bailes y cantos que luego trasladaban a las esquinas, a los cafetines, y a los piringundines, algunos llamados “academia, que, además de necesitar permiso de la autoridad competente para funcionar, contaban con mujeres contratadas para entretener a sus clientes.
Las llamadas “Academias” eran lugares de reunión bailable que formaban una especie de frontera, limítrofe entre el pobrerío y la otra sociedad: la de la paquetería, la adinerada, la de los que se solazaban con sus frecuentes viajes a París.
Esto fue así hasta que los jóvenes ricos: los llamados “niños bien”, a escondidas de sus padres o de sus mayores, comenzaron a concurrir a estos lugares para ellos prohibidos, soportando muchas veces la agresión de los lugareños del barrio, que los consideraban extraños, e invasores de su clase social.
Pero esta asistencia subrepticia, cada vez más numerosa, lentamente fue propiciando la unión de las clases altas con las populares, y por ende, favoreciendo el avance del tango en los salones de gran categoría, donde comenzaron a bailarlo aquellas y aquellos que antes lo despreciaban., lográndose el milagro de la fusión musical y espiritual que producía el tango, que, desde esa integración social, comenzó a difundirse en la ciudad, en el país, y en el mundo como un emblema de identidad cultural.
Con la difusión de una música popular dominante en el gusto de la población, como lo era el tango, Buenos Aires y el país, ingresaron a una sociedad de cultura de masas cada vez más importante. En ella, en esa cultura de masas, el tango fue un producto eficaz como agente de identificación, y como rasgo propio de una sociedad fusionada. Lo tenía todo para ello: un perfil criollo innegable, un origen mítico que hundía sus raíces en el pasado argentino, el aporte musical de España y de Italia, la participación fructífera, honrada y laboriosa de los inmigrantes, y sobre todo, la fusión de sus hijos, con un sentido de nacionalidad por todos comprendido.
El gran dilema de los pueblos, el argentino por ejemplo, que ha recibido el aporte de la diversidad étnica que trajeron consigo los inmigrantes, es que estos, los inmigrantes, pierden el arquetipo de su raza origen, y dejan sus raíces diluidas con las raíces nativas, en una magnífica síntesis biológica, que así se forma y va creciendo para integrar, a través del tiempo, un prototipo humano que genera nuevas pautas, que, en definitiva, son, entre otras, las que conforman un baile nuevo, una poesía nueva, y una nueva música que, en definitiva, son la expresión de una nueva vida y de todo cuanto conforma un nuevo rasgo cultural.
Y eso es lo que ha ocurrido con el tango: una síntesis cultural novedosa que como dice el Dr César Rezzónico, hace metafísica sin saberlo. ¡Sí!, hace metafísica. Hace metafísica cuando expresa, por ejemplo:
La huída del Tiempo en “Caminito”.
La añoranza del pasado en “Misa de Once”.
La juventud disipada en “Adiós Muchachos”
El desencanto frente a la vida en “Cambalache”.
Amigas y amigos del tango:
No quiero terminar esta síntesis sin antes homenajear a los músicos y letristas de hoy y de antaño. Ellos, formados en institutos musicales o en el instinto natural y callejero, han sido poetas y compositores inspirados, capaces de llevar al papel y al pentagrama, temas que transitan historias inolvidables.
También un recuerdo y una honra queremos brindar al tango pionero: aquel que le canta a la percanta, al gavión, a la ciudad, al barrio, a la Patria, al desengaño, a la madre, al amor. En resumen: al sentimiento que brota desde lo más profundo del alma.
Y vaya también un homenaje a las tangueras y tangueros, que bailan el tango con pasión; a quienes forman pequeños conjuntos para tocar nuestra música popular; a los grandes maestros que organizan las grandes orquestas que nos deleitan y nos prestigian en el mundo, difundiendo esta expresión de la cultura nacional que es el tango, y como también lo hace en nuestro medio Coca Di Massimo a través de su programa radial “El tango entre vos y yo”, para quien va también nuestro homenaje.
A todos ellos. Y a Ustedes, tangueros por vocación: ¡Gracias!